Los jugadores de Tigre fueron agredidos y amenazados con armas por agentes de seguridad privada y policias, y se negaron a jugar el segundo tiempo del partido que perdían 2 a 0 contra San Pablo. De esta forma, el partido se dio por concluido y San Pablo se consagró como campeón de la Copa Sudamericana.

Según denunció el DT de Tigre, Néstor Gorosito, sus dirigidos fueron golpeados y amenazados luego de una etapa inicial, que había terminado con una pelea entre los jugadores de ambos equipos dentro del campo de juego.

El episodio generó estupor entre los jugadores, los integrantes del cuerpo técnico y los dirigentes, quienes se negaron a salir a disputar el segundo tiempo. Ante esta situación, los responsables de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), en forma conjunta con el árbitro Enrique Ossés, dieron por terminado el juego por abandono.

Los jugadores del San Pablo, que esperaban a sus oponentes sobre el césped, fueron consagrados con el pitazo final del chileno, en medio de un clima de algarabía del público local y la confusión generalizada.

En el regreso al vestuario, tras el primer tiempo, el arquero Damián Albil fue apuntado con un revólver en el pecho, Gastón Díaz y Martín Galmarini sufrieron cortes por golpes y Rubén Botta terminó con un ojo cerrado, a raíz de otra agresión. También terminaron con cortes y contusiones en el rostro el mediocampista Matías Escobar y el ayudante de campo Jorge Borrelli, entre otros.

La entrada del camarín visitante terminó regada en sangre y «la zona fue liberada», según denunció el jefe de seguridad de Tigre, Rubén Pasquini, quien también recibió un severo golpe en el parietal derecho.

«Eran como 20 tipos, patovicas, que nos vinieron a buscar y le pegaron a todo lo que se movía. Agredieron hasta a la gente del control antidoping. Uno de los que portaba un arma es dirigente de San Pablo porque estuvo en la reunión de comisión técnica», agregó el dirigente.

Los jugadores quedaron consternados por lo sucedido y se negaron a jugar el segundo tiempo. El árbitro Ossés esperó la salida del equipo argentino y finalmente dio por terminado el partido.

«Ellos están muy enojados y decidieron no salir a jugar el segundo tiempo. Nosotros no vimos nada y no sabemos quien provocó la agresión», evadió el dirigente boliviano de la Conmebol Romer Osuna. Por su parte, el experimentado arquero local Rogerio Ceni acusó: «No vinieron a jugar, vinieron a pelear».

Con el desenlace consumado, mientras el plantel de San Pablo festejaba sobre el campo en la ceremonia de la premiación, los jugadores de Tigre se reponían de las agresiones.

«Estuvimos peleando durante 15 minutos con gente entrenada e identificada con los colores de San Pablo. No había necesidad de hacer una cosa así, el partido lo estaban ganando bien», lamentó Albil, que mostró ante las cámaras de TV un golpe en el pecho producto de un culatazo.

El clima enrarecido del partido, que se inició con una descortés recepción a Tigre en la previa, se agravó al terminar el primer tiempo cuando el mediocampista Lucas le recriminó al defensor Lucas Orban por un codazo durante el juego.

En ese instante, la mayoría de los jugadores de ambos equipos se involucró en una pelea generalizada -fue expulsado el futbolista local Paulo Miranda- hasta que el ingreso de policías disipó el enfrentamiento.

Lo que sobrevino después fue el escándalo, la absurda posición de la dirigencia sudamericana, la impericia del árbitro chileno y la oscura consagración de San Pablo, que sumó una copa manchada de sangre a su nutrida vitrina de logros internacionales.